Frente a este
criterio o forma de medir la pobreza ha existido otro enfoque igualmente
clásico que apunta a la posibilidad de adquirir una canasta de bienes y
servicios que puedan asegurar una vida digna de acuerdo a las convenciones y
estándares de una sociedad determinada. En este caso tenemos la así llamada
pobreza relativa, que varía con el desarrollo social que va determinando, en
cada época y sociedad, aquel mínimo de consumo bajo el cual más que ver
amenazada la supervivencia se cae en un estado de exclusión o imposibilidad de
participar en la vida social. El ejemplo clásico de esta forma de pobreza fue
dado por Adam Smith en La riqueza de las
naciones al
escribir: “Por mercancías necesarias entiendo no sólo las indispensables para
el sustento de la vida, sino todas aquellas cuya carencia es, según las
costumbres de un país, algo indecoroso entre las personas de buena reputación,
aun entre las de clase inferior. En rigor, una camisa de lino no es necesaria
para vivir. Los griegos y los romanos vivieron de una manera muy confortable a
pesar de que no conocieron el lino. Pero en nuestros días, en la mayor parte de
Europa, un honrado jornalero se avergonzaría si tuviera que presentarse en
público sin una camisa de lino. Su falta denotaría ese deshonroso grado de
pobreza al que se presume que nadie podría caer sino a causa de una conducta en
extremo disipada.”
El riesgo de esta forma de
ver la pobreza y, en general, de toda la idea de la pobreza relativa ha sido
bien apuntado por Amartya Sen, quién hace un llamado a no perder de vista el
“núcleo irreductible de privación absoluta en nuestra idea de pobreza”. El
riego es llegar a una relativización total de “la pobreza” siguiendo la famosa
frase de Mollie Orshansky acerca de que “la pobreza, como la belleza, está en
el ojo de quien la percibe”.Además, las expectativas sociales se mueven constantemente en la medida
en que una sociedad se desarrolla, elevando sucesivamente nuestra vara de medir
el umbral de lo que Smith llamaba “ese deshonroso grado de pobreza”. De esta
manera se puede relativizar y hasta banalizar el concepto de pobreza, hasta el
punto de decir que, por ejemplo, en Estados Unidos hay un porcentaje mayor de
pobres que, en los países del África subsahariana. También se puede llegar a la
conclusión que la pobreza aumenta al aumentar el bienestar general de una
sociedad ya que las expectativas sobre el “mínimo socialmente aceptable” pueden
aumentar más rápidamente que el bienestar real de la población.
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